Las personas no siempre tienen la posibilidad de conocer a sus antepasados. Nada más lindo que tener una abuela que nos mime o un abuelo que nos entretenga con sus anécdotas de vida, y en hora buena por quien tiene el mérito de disfrutarlo en su vida, pero eso no es igual para todos.
Incluso muchas veces hay personas a quienes les toca no conocer a sus propios padres, estar separados de sus hermanos o desconocer de dónde provienen sus orígenes. Hay razones poderosas más allá de las lógicas que llevan a que muchos vivan esos procesos.
Cada vez que un espermatozoide se reúne con un óvulo, más allá de códigos genéticos que dictaminan el color de ojos, piel, estatura y formato físico, hay una historia familiar, un legado que nos es transmitido y del que nadie nos relata sus pormenores. Algo tan poderoso y determinante como el más dominante de los genes marcará las historias de vida, desafíos y circunstancias a las que seremos sometidos para repetir o reparar situaciones según el grado de relación que tengamos con nuestros ancestros, hayamos tenido el gusto o no de conocerlos.
Si somos yacentes, herederos universales, dobles maestros o dobles por fecha de nacimiento o concepción, hay una valija que cargamos y de la que generalmente sabemos poco o nada. He visto muchas personas entender mejor el porqué de sus fracasos cuando saben a quién están reparando o a quién están repitiendo del árbol transgeneracional.
Las herramientas que precisamente necesitamos para vivir la vida muchas veces no se ven, pero se necesitan, para dejar de ser consecuencia de situaciones o acciones que han vivido antes miembros de nuestra familia, que no han podido tampoco resolver y que nos dejan eso en nuestras manos como un legado.
¿Vos tenés idea de lo que estás cargando en tu valija?